lunes, 20 de abril de 2009

Descendencia Monstruosa

Sin embargo, la fatalidad que acompaña los amores entre los hombres y las sirenas invadió el matrimonio. Porque Melusina estaba condenada a la esterilidad. Y así fue que durante muchos años no pudieron tener hijos.

Finalmente ella logró tener un primer bebé que salió monstruoso. Se llamaba Urien y llegó al mundo con las orejas más grandes que un niño haya tenido jamás y le iban creciendo hasta alcanzar el tamaño de las aspas de un molino de viento. Además poseía uno un ojo rojo y el otro de un azul alarmante.

Melusina tuvo entonces un segundo hijo a quien llamaron Eudes. Pero también éste salió monstruoso, aunque un poco menos que su hermano mayor.

El tercer hijo se llamó de Guy y si bien no era espantoso resultó tener un ojo más grande y fulgente que el otro.

El cuarto hijo que dio a luz Melusina se llamó Antón . El rostro del niño provocaba pavor porque en su mejilla izquierda tenía erizadas las zarpas de un león. Y cuando Antón cumplió ocho años la cicatriz se le cubrió de pelos y brotaron en la cara del niño una temibles uñas.

El quinto hijo se llamó Reinaldo. Era un bebé sano pero tenía el grave problema de que poseía un solo ojo en medio de la frente y se cuenta que a través de este extraño ojo podía ver el mundo invisible.

El sexto hijo tenía un grave defecto en la boca. Todos sus dientes estaban torcidos para fuera lo que le arruinaba el rostro y además era muy tonto.

El séptimo hijo se llamó Froidmond y tenía en la nariz una mancha tan peluda como la piel de un topo.

Finalmente, Melusina y el Conde, espantados ante la monstruosidad de su descendencia, se prometieron no tener nunca más hijos. Intimamente, ella sabía que la causa por la que engendraba niños horribles se debía a que era una serpiente. Porque las uniones entre varones y sirenas están malditas y por consiguiente los hijos nacen monstruosos.

Sin embargo, Melusina no perdía la ilusión de tener un hijo sano, bello y normal. Durante nueve años no tuvo más hijos pero al décimo dio a luz a un bebé. Para evitar que fuese espantoso, le puso en los dedos del pie unos anillos mágicos. El talismán lo protegió contra la fealdad y en verdad, este último hijo era muy hermoso y no tenía defecto físico alguno.

Pero a los pocos días de vida, todos se dieron cuenta de que era un bebé malvado. Y así fue que antes de cumplir los tres años, la crueldad del niño era tan tremenda que ya había matado a sus nodrizas. El conde asustado frente a tanto horror no tuvo más remedio que liquidarlo.

Pero a pesar de todos los defectos físicos, los siete hijos de Melusina crecieron y llegaron a ser varones muy fuertes, bravos y valientes. Pelearon en muchas batallas, ganaron muchas guerras, se convirtieron en famosos caballeros y se casaron con hermosas princesas.

Pasaban los años y Melusina no perdía su radiante belleza y estaba tan joven y seductora como cuando conoció al Conde. Se sabe que las sirenas no envejecen nunca y que llegan a vivir hasta 291600 años. Además, Melusina era muy coqueta y mantenía su espectacular hermosura usando ungüentos y cosméticos y tomando baños de belleza a la luz de la luna.

Efectivamente, todos los sábados Melusina se encerraba en su dormitorio en lo más alto de la torre del castillo. Llenaba de agua una enorme bañadera de mármol y cuando se metía en ella, el solo roce con el agua transformaba sus piernas en la cola de una serpiente. Entonces, la sirena volvía a su forma original. A puertas cerradas y sin que nadie la viera, se producía la mutación. La sirena se pasaba todo el día bañándose, moviendo su espantosa cola de serpiente de modo que resaltaba su sinuosa silueta de reptil. Mientras ocurría esta prodigiosa transformación, peinaba su espléndida cabellera con un peine de oro y cantaba una melodía tan deliciosa como siniestra.

Durante todos los años que duró el amor, el Conde se había vuelto muy poderoso y tenía enemigos. Muchos lo envidiaban por su riqueza pero fundamentalmente por tener una mujer que no envejecía.

Luego, planearon una venganza y comenzaron a decir que Melusina cuando desaparecía los sábados se encerraba en la torre de castillo para encontrarse con un joven y apuesto amante. Los maliciosos rumores llegaron hasta los oídos del Conde quien comenzó desconfiar y celar a su esposa.

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